El deporte es ampliamente reconocido como una oportunidad clave en el desarrollo físico, emocional y social de la infancia y la adolescencia.Sin embargo, cuando el respeto y la protección no están garantizados, el deporte deja de ser un espacio de crecimiento y bienestar y se convierte en un entorno de riesgo para niños, niñas y adolescentes.
El deporte escolar y de formación tiene un doble propósito: ser una actividad lúdica y educativa, además de contribuir al desarrollo físico y social de los menores. Sin embargo, cuando la violencia, el abuso o el estrés tóxico se normalizan dentro del ámbito deportivo, los valores fundamentales que este promueve pierden su significado y el deporte deja de cumplir su función formativa. La Convención sobre los Derechos del Niño (ONU, 1989) reconoce el derecho de la infancia a un entorno seguro y libre de violencia, incluyendo el ámbito deportivo. No obstante, diversos estudios han señalado que la realidad muchas veces está lejos de este ideal. Según el proyecto CASES (Child Abuse in Sport: European Statistics), uno de cada tres menores en el deporte ha sufrido algún tipo de violencia física, emocional o sexual durante su práctica deportiva (CASES, 2021).
Cuando no se garantiza la protección infantil en el deporte, el trabajo en equipo se convierte en un entorno hostil. La cooperación, en lugar de fomentar la empatía y la solidaridad, se transforma en una fuente de presión y exclusión, donde el miedo al error o la competitividad extrema generan dinámicas de abuso psicológico. Investigaciones como la de Mountjoy et al. (2016) sobre abuso en el deporte evidencian que la presión constante por la excelencia puede derivar en un ambiente tóxico donde los menores son castigados o humillados por su rendimiento, afectando su desarrollo emocional y social.
Asimismo, el esfuerzo deja de ser un valor positivo cuando se convierte en explotación. En el deporte infantil y de alto rendimiento, muchos entrenadores y familias ejercen una presión desmedida sobre los menores para obtener resultados, lo que puede derivar en sobreentrenamiento, lesiones crónicas y desgaste mental. Según un informe del Centro de Ética y Deporte de la Universidad de Toronto (Donnelly, 2022), un 75% de los niños y niñas que abandonan el deporte lo hacen debido a la presión excesiva o la falta de disfrute, lo que demuestra que la sobreexigencia no fortalece el compromiso deportivo, sino que lo destruye.
Otro aspecto clave es la disciplina, que en el contexto deportivo debe ser un mecanismo de aprendizaje, no de miedo. Sin embargo, cuando se impone mediante castigos, amenazas o violencia, lo que se genera no es autodisciplina, sino sumisión. Investigaciones en psicología del deporte han demostrado que el uso de gritos, insultos y humillaciones en el entrenamiento no mejora el rendimiento, sino que incrementa la ansiedad y el riesgo de abandono deportivo en edades tempranas (Gervis & Dunn, 2004).
Por último, el concepto de resiliencia, que debería ser un efecto positivo del deporte, se desvirtúa cuando se convierte en estrés tóxico. La resiliencia se desarrolla en entornos que permiten el aprendizaje del error y la superación personal con apoyo emocional. Sin embargo, en deportes con estructuras altamente competitivas, la presión extrema y la falta de contención pueden generar trastornos de ansiedad, estrés postraumático y problemas de autoestima en los menores (Kerr et al., 2021). Un estudio del Centro de Investigación sobre el Desarrollo Infantil de Harvard (2020) señala que la exposición prolongada al estrés tóxico afecta el desarrollo cerebral y puede generar alteraciones emocionales permanentes en la infancia y adolescencia.
El estrés tóxico es aquel que ocurre cuando un menor está expuesto a situaciones de alta presión, miedo o violencia sin el apoyo adecuado de adultos protectores. Según el Center on the Developing Child de Harvard, la exposición prolongada a este tipo de estrés puede afectar gravemente el desarrollo cerebral y el bienestar emocional del niño o niña.
🔴 Consecuencias psicológicas y emocionales:
- Ansiedad y depresión infantil.
- Miedo al fracaso, baja autoestima y pérdida de confianza.
- Trastornos del sueño y dificultad para gestionar emociones.
- Riesgo de desarrollar estrés postraumático.
🔴 Consecuencias físicas:
- Problemas cardiovasculares y aumento de la hormona del estrés (cortisol).
- Trastornos alimentarios relacionados con la presión estética y el rendimiento.
- Mayor riesgo de lesiones por sobreentrenamiento debido a la presión externa.
🔴 Consecuencias en el aprendizaje y la socialización:
- Reducción de la capacidad de concentración y problemas académicos.
- Dificultad para formar relaciones saludables basadas en la confianza.
- Normalización de la violencia en otros ámbitos de la vida.
En conclusión, sin respeto, seguridad y protección, el deporte pierde su función educativa y se convierte en un entorno de riesgo. La evidencia científica demuestra que el abuso y la presión extrema no fortalecen a los niños y niñas, sino que los dañan física y emocionalmente. Para que el deporte cumpla su propósito de formar ciudadanos y no solo atletas, es imprescindible garantizar entornos libres de violencia, donde los valores de cooperación, esfuerzo, disciplina y resiliencia sean promovidos desde el respeto y el bienestar.